martes, 1 de octubre de 2013

El día que él se fue. When he left.


Y le di un gran y fuerte abrazo porque eso debía hacer. Debía despedirme con dolor, con angustia, con mucho apremio. Pero yo estaba tranquila, podía controlar perfectamente mi urgencia de llorar, porque si lo hacía no podría haberlo dejado ir. Estaba tranquila por él, por mi, por la fe en un posible futuro. Sobre todo por la fe. Ese motor que tantas veces ha significado fuerza en mi vida, esperanza, ánimos, lucha. Porque por fe seguía hasta ese momento con él, calmando su tristeza, dándole ánimos. Con fe de que eventualmente yo sabría de su felicidad infinita, y si era lo suficientemente paciente y lo suficientemente valiente, esa felicidad la compartiría conmigo.


Así se fue él. Me quedó de él absolutamente nada. Nada que agradezca 'realmente'. Me dejó unas latas de atún, canguil, sal, azúcar, aceite, una plancha, garbanzos que solo me hicieron acuerdo al humus que nunca hicimos juntos, y una bolsa de pita chips que me comí manejando de regreso a casa. Espero realmente que mi subconsciente no relacione mas nunca pita chips con tristezas o dolores o adioses o amores, eso realmente sería una lastima.

Y no fue sino hasta el atardecer cuando entendí que de repente él no estaba. Que yo no podía ir a su apartamento a llorar porque él ya no tenía aquí departamento; porque él ya no estaba, que él no iba a consolarme porque él ya no estaba. Así, con escenarios sin sentido, absurdos y un poco vergonzosos me di cuenta finalmente que él no estaba.

Quisiera devolverle el favor y dejarlo todo por estar con él. Pero no seria por él. Sería por mi; egoísmo puro, por no sentirme triste. No sería por estar junto a este hombre que muchas veces llamé mío, sino por no sentir tristeza. Mi incapacidad para manejar las tristezas me han llevado a los extremos más inimaginables de las sensaciones. Se dice que fingir sensaciones o sentimientos ahora es muy provechoso; más cuando están involucrados hombres, pero al contrario yo fuerzo la nada. No sentir nada es mi artilugio. Me trago lágrimas, callo gritos y así la lista podría continuar. No es humillante, sin duda tampoco es reconfortante. Solo es preocupante, triste el no sentir.

Para que mi existencia no se resuma en un literal ‘sinsentido’ les diré que sí lloré. Lloré sobre una toalla, lloré tapándome la boca, lloré en silencio, lloré sola, lloré para mi y no para él.

Él me escribió una carta tan bonita, tan llena de él, tan llena de nuestros sueños, del futuro que queremos: de ese tan incierto que cuesta tanto creer, que lastima y más con la distancia que hemos decido poner entre nosotros. Como le dije a él, nunca me imaginé que debía decir adiós al hombre que elegí - del que me enamoré - para que él esté bien. Él dice que no es así, pero para no perder la costumbre lo contradigo. Él dice que es para poner las cosas en orden, para ofrecerme su mejor ser. Así concluyo que lejos de mi él podrá hacerlo. Que necia que soy. 

Y con todas esos cucos él me quiere, y me abraza y me cuida y me carga a donde yo quiera ir. Porque juntos él espera que estemos. Y porque no hay nada más bonito que verlo feliz, yo también quiero que estemos juntos, porque por y para siempre he decidido quererlo y siempre que pueda amarlo.

Así, si él “me dice ven, lo dejo todo”, pero debe decirme ven, cuando él esté listo.




De por mientras, nuestro amor será contado aquí. Viendo como madura y crece. Eso, si esque los dos logramos hacerlo.

Pueden vivirlo conmigo.


- María Ella 

No hay comentarios:

Publicar un comentario